La dictadura del miedo había llegado
para quedarse, ¿quién habría dicho que apenas habían pasado un par de semanas?
La violencia se había hecho con el control de las calles, las aceras bañadas de
sangre ya no extrañaban a nadie. La paz que había presidido hasta entonces
aquel tranquilo pueblo había sido secuestrada, nadie estaba a salvo fuera de
casa. Los periódicos de todas partes no tardaron en hacerse eco de la noticia,
cuatro enmascarados disfrutaban convirtiendo sus excesos en diversión allí por
donde pasaban. Todo el mundo lo sabía, pero al final de cada caza siempre daban
con algún incauto con la palabra víctima escrita en su frente, ¿podría alguien
poner fin a aquella locura?
Costaba creer que nadie hubiera sido
capaz de atraparles, lo cierto es que no eran, en absoluto, discretos. Aquellos
que fueron víctimas de sus macabros juegos ya nunca olvidarían las siniestras
máscaras que usaban para ocultar sus pecados. La más escalofriante de ellas
era, sin lugar a dudas, la que cubría la cara del líder del grupo. El rostro de
un jabalí con melena era la inquietante imagen que muchos veían antes de perder
el conocimiento. Sin embargo, debieron de pensar que aquello no era tan escalofriante,
así que fueron todavía más allá. Una siniestra melodía que uno de ellos reproducía
de algún modo acompañaba a cada una de sus fechorías, mezclándose con las carcajadas
que brotaban desde lo más oscuro de sus corazones. Y aunque aquella canción se
hizo muy conocida, nadie tenía el valor de escucharla, por razones más que obvias.
¿Quién habría podido imaginar que un día llegaron a ser personas normales? De hecho,
ninguno de sus vecinos podría haber encajado que el más joven de ellos era ese
chico educado que siempre saludaba, un muchacho que todavía tenía varios años
de colegio por delante.
Y cuando parecía que aquello no había
hecho más que empezar, se esfumaron por completo de la noche a la mañana. Tal
vez no fueran más que animales para muchos, quizá realmente lo eran, pero para
nada eran idiotas. Su búsqueda se había vuelto tan intensa que no tuvieron más
opción que desaparecer, ya no quedaban lugares sin curiosos donde pudieran divertirse.
Los días del terror fueron pasando, lentamente, hasta que la calma regresó de
nuevo a las vidas de la gente. Incluso hubo algunos que, con más corazón que
cabeza, llegaron a pensar que tenían tanto miedo de ser atrapados que habían
escapado para ya nunca volver. Pero la mayoría de los vecinos sabía muy bien que
seguían entre ellos, ajenos a toda preocupación, y que era cuestión de tiempo
que volvieran a hacer de las suyas. Y no les faltaba razón, aquella terrorífica
música envuelta de risas no tardaría en sonar una vez más.
Foto: La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange) (1971)
Dir. Stanley Kubrick
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