miércoles, 28 de septiembre de 2016

Las edades del miedo

Las sombras de la noche habían devorado por completo un día que, hasta ese momento, no había tenido nada de especial. Dos amigos habían sido secuestrados por la oscuridad, apenas podían ver un halo de luz colarse por una ventana rota. Mientras el terror caía por sus frentes en forma de sudor, los crujidos del viejo suelo de madera de aquella casa abandonada se escuchaban cada vez más y más cerca. Atrapados en una angustiosa habitación llena de espejos y muñecos extraños, los dos trataban de aparentar serenidad, a pesar de que el miedo brillaba en sus ojos. Eran jóvenes y estúpidos, ¿cómo iban a reconocer que el pánico se había apoderado de ellos?
La idea había sido, cómo no, del más mayor de los dos, el mismo muchacho que a todas horas presumía de que era el chico más valiente del pueblo. Los periódicos de la mañana hablaban de que un loco había escapado del hospital, pero para él eso no era más que la ocasión perfecta para mostrarle a todo el mundo su valentía. Ahora era un hombre, o al menos eso le encantaba decir, ¿por qué debería tener miedo? Las historias que su padre le contaba por la noche cuando era niño ya no le quitaban el sueño, aunque todavía no hubiera logrado olvidar del todo a los monstruos de aquellos cuentos que habitaban sus pesadillas. Habían pasado muchos años, y por aquel entonces era su hermano pequeño el que no podía dormir por culpa de su padre, un hombre que, irónicamente, lo único que temía era que sus hijos pudieran ser algún día los protagonistas de aquellas historias que tanto le gustaban.
A su compañero, por el contrario, no le interesaban lo más mínimo todas esas tonterías de las que el otro siempre estaba hablando. Nunca había sido valiente ni quería serlo, ¿para qué?, el sólo quería despertar de la pesadilla en la que seguían durmiendo. Al final no pudo soportar más la mentira y, lleno de lágrimas, suplicó a su amigo que escaparan de una vez de aquella maldita habitación. Estaba convencido, y al mismo tiempo aterrorizado, de que los inquietantes ruidos que venían desde el pasillo tenían que ser los pasos de alguien acercándose. ¡El loco está aquí!, repetía una y otra vez. ¡Viene a por nosotros!, decía también. Sin embargo, ni siquiera ver a su compañero en ese estado de pánico iba hacer que el atrevido joven reconociera que, en el fondo, estaba tan asustado como él. Dispuesto a negar la mayor hasta morir, no sería hasta que alguien abrió la puerta desde el otro lado cuando dejó escapar todo su miedo con un grito ahogado.

La Noche del Cazador The Night of the Hunter Charles Laughton Robert Mitchum
Foto: La Noche del Cazador (The Night of the Hunter) (1955)
Dir. Charles Laughton

sábado, 24 de septiembre de 2016

Un aventurero en la sangre

A su madre le encantaba tratar de espantar los pájaros de su cabeza, a pesar de que sabía muy bien que no podría evitarlo. Aquel niño soñador había crecido escuchando las increíbles historias de su abuelo alrededor del mundo, y si algo tenía claro era que algún día él también viviría aventuras como aquéllas, o incluso mejores. Tal vez fuera un sueño demasiado ambicioso para uno de los hijos de aquella humilde familia, pero no podía ser de otra manera, la sangre de su abuelo corría por sus venas. Noche tras noche soñaba una misma cosa, algún día volaría lejos de allí.
Y vaya si voló, ¡y lo hizo bien alto! Con apenas veinte años, su familia vio cómo su sueño al fin se hacía realidad. Se marchaba de la casa que lo había visto crecer para vivir aquellas aventuras de las que no paraba de hablar, y lo hacía llevando consigo sólo una mochila roja que se convertiría en su inseparable compañera. Quizá su hermano mayor hubiera sido siempre el más guapo, pero en sus viajes él conocería a muchas más mujeres de las que había en el pequeño pueblo donde se criaron. Mientras tanto, entre mujer y mujer, él iba visitando muchos de los sitios con los que siempre había soñado, y también muchos otros lugares mágicos de los que nunca había oído hablar. ¡Ni siquiera el abuelo podía haber estado en tantos!, pensaba él. Del ardiente desierto a las montañas más heladas, pasando por las islas más perdidas, en pocos años ya había recorrido más de medio mundo. Conoció tantas culturas como aventuras vivió, muchas de ellas convertidas en auténticas leyendas allí donde ocurrieron. Y aunque todos sus viajes no siempre acabaran bien, para él eso era sentirse vivo.
Pero los años también volaron, y el tiempo hizo simples anécdotas de sus grandes aventuras, como las que su abuelo le contaba de pequeño. Su vida era ahora bien distinta, después de varios años pensándolo, por fin dio el gran paso y sentó la cabeza. De vez en cuando, los exóticos lugares que había conocido aparecían ante sus ojos sin previo aviso, sólo para esfumarse un instante después. Pero tenía un trabajo genial y una bella mujer que le había dado ya varios hijos, nunca se había sentido tan feliz. Además, la historia parecía repetirse de nuevo, el mayor de los niños también admiraba las hazañas de su padre. Podría decirse que su nueva vida era perfecta, ¿acaso podía pedir algo más? Sin embargo, aunque no había logrado encontrar nada parecido en ninguno de sus viajes, sabía que algún día volvería a volar como ya lo hizo una vez. ¿Cómo no iba a hacerlo?, la sangre de su abuelo corría por sus venas.

Indiana Jones En Busca del Arca Perdida Raiders of the Lost Ark Steven Spielberg Harrison Ford
Foto: En Busca del Arca Perdida (Raiders of the Lost Ark) (1981)
Dir. Steven Spielberg

martes, 20 de septiembre de 2016

El amor será otro día

 Había pasado demasiado tiempo, tanto, que apenas recordaba si aquello llegó a suceder realmente. Aunque la mayoría de aquellas noches habían sido enterradas en el olvido por el alcohol, no tan lejos de allí había alguien que sabía muy bien que todo aquello había pasado de verdad. Convertido en una triste sombra del hombre que había sido, el orgullo le impedía reconocer que lo único que buscaba en esas mujeres de la noche era intentar revivir aquella sensación que un día dio algo de sentido a su vida. ¿Cómo iba a admitir algo así, si toda su vida había ido bien hasta que conoció a esa mujer?
Pero, aunque todo aquello hubiera ocurrido, ¿podría importarle a alguien lo más mínimo? Dos idiotas se conocen, se enamoran y luego pasa todo lo demás. Historias de amor y desamor que se escriben y se borran todos los días, ¿acaso no hay nada más importante que eso? Cuantas tonterías llega a hacer la gente por amor, y cuantas cosas que importan de verdad quedan sin hacer. Así es como pensaba ella ahora, estaba convencida de que sólo así evitaría volver a cometer los mismos errores del pasado. Qué segura había estado de que aquello iba a ser para siempre, y cómo se reía ahora de la niña ingenua que sólo se engañaba a sí misma. Había crecido, y aunque no tuviera todo lo que quería, tenía todo lo que necesitaba.
O, al menos, eso era lo que creían, hasta que una noche como otra cualquiera sus caminos volvieron a cruzarse por un capricho del destino. Algo extraño había ocurrido, no tardaron en darse cuenta de que los reproches ya no estaban donde los habían dejado, el tiempo había cerrado por completo esas viejas heridas. Ninguno de los dos habría imaginado que sería eso lo que sentirían al verse de nuevo, y mucho menos que aquel encuentro iba a durar toda la noche. Aunque ya fuera demasiado tarde para el amor, todavía no era tarde para vivir. Pero cuando él despertó por la mañana, nada había cambiado. Su cama estaba tan vacía como siempre, y lo único que le quedaba era, una vez más, la duda de si aquella noche realmente había sucedido.

Memento Cristopher Nolan Guy Pearce
 Foto: Memento (2000) Dir. Cristopher Nolan

domingo, 18 de septiembre de 2016

El éxito era el camino

Su padre, lleno de orgullo, como no podía ser de otra manera, estaba convencido de que él era realmente especial. Tal vez fuera lo que cualquier hijo inspira a sus padres, pero aquella intuición era inusualmente intensa. Los años fueron sucediéndose unos a otros y todo apuntaba a que aquel hombre sencillo no andaba nada equivocado, estaba claro que ese niño tenía algo. Incluso las otras madres, a la par que se consumían por la envidia, podían ver con claridad que él era distinto. ¡Qué orgulloso habría estado el abuelo de todo lo que estaba por venir!
El niño se hizo hombre, y el camino hacia el éxito fue rápido y dichoso. La gente recordaba la gracia que tenía aquel niño encantador, pero volverse todo un galán hizo que las mujeres recordaran sus encuentros por algo más que eso. Y cómo disfrutaban sus amigos de las mágicas notas que salían de las manos de ese artista, el mismo que un día fue aquel niño que tanto llamaba la atención por la creatividad que los demás no tenían. Puede que sus sueños de pequeño no fueran nada más que disparates, pero con el tiempo aquellas ilusiones se convirtieron en ideas que le ayudaron a alcanzar la cima del éxito. Nada volvería a faltar nunca más en la familia, a pesar de que la suya hubiera sido una infancia realmente difícil. Todo era perfecto en un idílico presente en el que los treinta todavía quedaban algo lejos, pero su mirada ya sólo estaba puesta en el futuro ahora que su hermosa mujer y él estaban esperando al que iba a ser el primero de sus tres hijos.
Pues bien, después de haber tenido el placer de gozar del maravilloso cuento que había sido su vida, allí se encontraba. Lo único que tenía enfrente era otro muchacho, más o menos de su edad, tan asustado como él. Una guerra a la que ninguno de los dos había encontrado nunca el sentido, quizá por el simple hecho de que no lo tenía, podría estar marcando el fin del camino. Aquel otro chico todavía no tenía tanto que contar algún día a sus nietos pero, al igual que todos, no dejaba de tener una historia que aún no había acabado de escribirse.

War Horse Steven Spielberg
Foto: War Horse (2011) Dir. Steven Spielberg

martes, 13 de septiembre de 2016

La compañía de la soledad

La soledad que estaba devorando su alma había sido, un par de años atrás, aquello con lo que más fantaseaba. En su mente no dejaban de agolparse recuerdos, algunos felices y otros no tanto, que en su día fueron momentos a los que no daba ninguna importancia. Tal vez nunca fueron importantes, puede que tan sólo fuera uno más de los efectos de una locura que por aquel entonces era su única compañía. Una horrible melancolía llegó de la mano del tiempo que tan lentamente transcurría en aquella isla perdida, una amarga sensación que le hacía añorar incluso lo que más odiaba de su antigua vida.
Esas corbatas que apenas le dejaban respirar, las mismas que tenía que llevar todos los días en el trabajo del que tanto se quejaba con sus viejos amigos los viernes, le parecían fabulosas al lado de los harapos que quedaban de su ropa. De las bebidas con las que disfrutaba ahogando sus penas, y alguna que otra cosa más, casi no se acordaba, el calor era tan sofocante que habría cambiado todo el alcohol del mundo por un trago de agua fresca. ¡Cómo habían cambiado las cosas! ¿Quién habría dicho que las curiosas criaturas que merodeaban por allí iban a despertar algo de ternura en su interior? Nadie se lo podría haber imaginado al ver qué bien lo pasaba cuando iba a cazar todos los domingos, y algún que otro sábado también. Y cómo echaba de menos a aquella mujer que cada noche se preguntaba dónde estaría su marido, aunque ya supiera muy bien la respuesta. Pero de lo que más se acordaba era, sin lugar a dudas, de aquellas pequeñas cuatro paredes que tantas horas contemplaba desde su viejo sofá diciéndose a sí mismo que se merecía algo mejor, ¿qué probabilidad había de acabar en una estúpida isla desde el salón de casa?
Sin embargo, justo cuando había empezado a asimilar que quizá ya nunca volvería y a darse cuenta de lo imbécil que había sido al no haber valorado su vida como debía, de repente apareció la silueta de lo que parecía ser un barco. Podría no haber sido más que una de sus continuas alucinaciones, pero era tan real como el Sol que había abrasado su piel durante los últimos años, ¡al fin había llegado la hora de volver a casa! Parecía que de allí iba a salir un hombre nuevo y, por el contrario, mientras se alejaba de la que había sido su prisión volvieron a su cabeza, poco a poco, las razones por las que nunca había apreciado lo que tenía. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, vista desde la lejanía, aquella isla desierta no estaba tan mal.

Náufrago Cast Away Robert Zemeckis Tom Hanks
Foto: Náufrago (Cast Away) (2000) Dir. Robert Zemeckis